la biblioteca

sala 39: El hobbit de J.R.R. Tolkien


En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer:
era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
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sala 38: La bella y la bestia de Jean Marie LePrince

Había una vez un mercader que era sumamente rico. Tenía seis hijos, tres niños y tres niñas, y como este mercader era un hombre de entendimiento, no escatimó nada para la educación de sus hijos y les dió toda clase de maestros.
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sala 36: Donde el fuego no se apaga de May Sinclair

En el huerto no había nadie. Harriott Leigh salió al campo, con cuidado, por la verja de hierro. Metió el pasador en el hueco de la cerradura
sin hacer el menor ruido.
El sendero ascendía durante un buen trecho desde la verja del huerto hasta la escalera que había debajo del saúco. George Waring la estaba esperando.
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sala 35: ¿Cuánta tierra necesita un hombre? de Lev Tólstoi
"¡La única pena es que disponemos de poca tierra!
¡Si tuviera toda la que quisiera, no tendría miedo de nadie,
ni siquiera del diablo! ...
El diablo se había sentado detras de la estufa
y lo había escuchado todo."
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sala 31: La tempestad de William Shakespeare

"En su bondad, sabiendo
cuánto amaba yo mis libros, me surtió
de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado."
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sala 30: El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad
 El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río arriba, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea.
El estuario del Támesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un interminable camino de agua.
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sala 29: Las extrañas aventuras de Solomon Kane de Robert E. Howard
 Una gran sombra negra cubría la tierra, dividiendo en dos el rojo resplandor del ocaso. Para el hombre que se esforzaba por avanzar a través de la selva, se alzaba como un símbolo de horror y muerte, un peligro agazapado y temible, como la sombra de un asesino al acecho, arrojada sobre el muro por el resplandor de una vela.

Pero no era más que la sombra del gran risco que se alzaba delante de él, el más adelantado de una serie de hoscas estribaciones que constituían su meta.
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